Existe una antigua leyenda de origen celta que narra la historia de una ciudad sumergida en las gélidas aguas del Mar del Norte. Se trata de la ciudad más bella que jamás contemplaran los hombres, aquella que se llamó Ys.
La historia comienza en un rey, Gradlon, originario de Cornualles, que era poseedor de una gran flota de barcos que asolaban las gélidas aguas entre Kernow y el frío Norte, en su mayoría buques de guerra con los que tenía subyugados a sus enemigos.
Gradlon, que era un excelente estratega y un experto marinero, se hizo muy rico a costa de saquear a sus enemigos. Sus hombres, que combatieron junto a él durante años, un día se cansaron de las constantes batallas que libraban y se rebelaron cuando eran dirigidos por Gradlon al asalto de una fortaleza norteña. Muchos de ellos habían fallecido de frío, debido a que era un crudo invierno, y los supervivientes decidieron acabar con aquello y regresar a sus barcos, volver a casa y encontrarse con sus esposas, ver crecer a sus hijos y vivir en paz. Así que abandonaron al rey.
Por su parte, Gradlon les permitió marchar, encontrándose de repente totalmente solo en aquella inhóspita tierra. Tras innumerables batallas y aventuras, se encontraba derrotado, no por el hecho de que un adversario le venciera, sino por la deserción de sus propios hombres. Se sentía hundido y apesadumbrado. De repente, notó una presencia cerca de él, fluyendo por su cuerpo como un chorro de sensaciones que jamás había sentido antes. Alzó la cabeza y pudo observar, de pie junto a él, una pálida figura femenina. Su complexión era, como hemos dicho, pálida, tanto como la luz de la luna; sobre su pecho, lucía un precioso collar de plata que brillaba con la triste y apagada luz de las estrellas del Norte. Su cabeza y sus hombros, estaban enmarcados completamente por las finas hebras de su rojiza cabellera. Aquella impactante belleza era Malgven, la Reina del Norte, soberana de las tierras hiperbóreas.
Extendió su mano e instó a levantarse Gradlon, al que situó frente a ella, ofreciéndole una propuesta: “Se de ti, Gradlon, que eres valiente y habilidoso en la batalla, joven y vigoroso, a diferencia de mi esposo, que es viejo y decrépito. Su espada está oxidada y en desuso. Ven conmigo, juntos podríamos acabar con él y yo regresaría a tú tierra de Kernow como tú esposa”. Totalmente encantado por aquella hechizante mujer, Gradlon se enamoró perdidamente de ella y efectivamente, juntos asesinaron al anciano Rey del Norte, llenaron por completo un único cofre con oro y como Gradlon había perdido todas sus embarcaciones en la deserción de sus hombres, emplearon el corcel de batalla de Malgven, llamado Morvarc´h (o Caballo de Mar) Aquel animal era negro como la noche, y de sus ollares salía fuego con cada inspiración. En cuanto lo montaron, surcó veloz como el viento, las espumeantes crestas de las olas. De este modo, en breve alcanzaron a los hombres de Gradlon que habían huido en sus naves.
Gradlon tomó a su cargo la nave insignia de la flotilla y navegó hacia el este primero y luego hacia el sureste, hacia los salvajes mares que rodeaban la Isla Brumosa. Fue en aquel momento en que la tormenta que les azotaba, tornó en violenta tempestad que alejó a los buques lejos de cualquier punto conocido, hacia el noroeste, a reinos y lugares desconocidos. Estuvieron un año entero en el mar antes de que pudieran encontrar el camino que les había de llevar de regreso a Kernow. En este épico viaje, Malgven dio a luz una niña, a la que llamó Dalhut. Pero poco después de dar a luz a su hija, Malgven cayó enferma y falleció.
Graldlon, desconsolado por la pérdida de su amada, cuando por fin regresó a su hogar, se encerró en su castillo para no salir nunca más, roto por el dolor. Pero su hija fue creciendo y se fue transformando en una preciosa jovencita que disfrutaba pasando el rato jugando con los largos bucles de su dorado cabello. Y al igual que su madre, estaba muy unida al mar, por lo que un día decidió ir a ver a su padre y le pidió que construyera una ciudadela, con la particularidad de que la quería en el mar.
El padre no pudo por más que cumplir el deseo de su amada hija, e inmediatamente ordenó a cientos de arquitectos, artesanos ebanistas, herreros y demás personas necesarias para llevar a cabo una construcción, que se dedicaran por entero a la labor de crear una nueva ciudad en una bahía (algunas versiones de la leyenda dicen que en Douarnenez) de la costa de Bretaña. Para cualquier observador que se situara en la costa, le parecería que las cúpulas y tejados de la ciudad, emergen del mar. Pero lo cierto es que, para proteger la ciudad de la furia del mar, estaba construyéndose encerrada en un enorme e impenetrable muro de piedra. Su única entrada era a través de una gigantesca puerta de bronce, de la que sólo Gradlon tenía la llave. A esta magnífica construcción la llamaron Ys.
Cada tarde, cuando los pescadores regresaban de faenar y pasaban por la nueva ciudad, podían ver a una preciosa mujer en la costa. Y, mientras jugueteaba con su hermoso cabello dorado, le cantaba a las olas, que se mecían, serenas a sus pies:
Ocean, beautiful one of blue, embrace me, roll me on the sandI am thine, lovely Ocean blueBorn upon amidst thy waves and foam was I;As a child I played with theeOcean, magnificent Ocean, blueOcean, beautiful one of blue, embrace me, roll me on the sandI am thine, lovely Ocean blueOcean, arbiter of boats and men, give me thy wrecksGold-trimmed, jewel-bedecked treasure fleetsBring handsome sailors to my gaze,To use and then return to theeOcean, beautiful one of blue, embrace me, roll me on the sandI am thine, lovely Ocean blue.
Lo cierto es que Ys se llegó a convertir en un lugar de excesos, un reino lleno de marineros que cada día veía el advenimiento de nuevos juegos, fiestas y bailes. A través de la preciosa letra de su canción, Dahut encandilaba a los marineros y cada noche, uno de ellos acababa en su alcoba. Durante el día, festejaba con el que elegía, cortejándole. En las fiestas que tenían lugar cada tarde, se cubría el rostro con una máscara negra y se llevaba al marinero a sus aposentos. Y durante toda la noche, jugaba con el joven a su antojo, haciendo de él lo que quería. Y así, al romper el alba, cuando el los pájaros rompían el silencio de la noche con sus trinos, la máscara por si misma, se extendía por el cuello y la garganta de su compañero, asfixiándole hasta la muerte. Una vez que el pobre infeliz caía muerto, la máscara caía del rostro de Dahut, y esta pedía a un jinete que se llevara el cuerpo inerte en su montura para que lo arrojara, como ofrenda al Océano, en un lugar que se conocía como Bahía de los Muertos (o Trepasses).
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